Por Alfredo Boccia Paz
Hay oficios tan difíciles que exigen a quienes los ejercen una cierta dosis de benevolente masoquismo. Son cargos que dejan a los responsables expuestos como en una vidriera y –en la medida que hagan una buena tarea– cada vez con más enemigos. Uno de ellos es el de los integrantes de un tribunal de ética de abogados. Supongo que juzgar la conducta personal y profesional de colegas de trabajo debe ser complicado en cualquier parte del mundo. Pero hacerlo en un país en quiebra moral y con una institución de justicia percibida como una de las más corruptas del continente debe ser francamente desgastante. Y, sin embargo, desde hace algunos años existen una Oficina y un Tribunal de Ética Judicial paraguayos que han logrado ganarse un lugar de respeto en esa jungla de desvergüenza.
En estos días en los que muchos piensan que con cambiar la Corte Suprema será suficiente para tener una justicia renovada, bueno es echar una mirada a los casos que están en la mira de este Tribunal para darse cuenta que la descomposición del sistema judicial se extiende hasta sus escalones inferiores. Si la conducta de la Corte es el espejo en el cual se miran los demás magistrados, no es de extrañar que al Tribunal de Ética lleguen casos que parecen más propios de delincuentes juveniles que de magistrados de la nación.
Veamos los casos que ha admitido esta semana dicho Tribunal. Comenzamos con un juez de Misiones que se llevó prestado a su casa a un presidiario para que trabaje de albañil. Otro juez de ese Departamento –pavada de jueces tienen los misioneros– será investigado por haber sido visto en entusiasta confraternización durante una jineteada con el hermano de uno de sus procesados. También figura una jueza de Santa Rosa del Aguaray, quien minimizó el hecho de que su asistente personal haya sido filmado recibiendo una coima al declarar alegremente que a ella "le gustan los jóvenes y la plata". No resisto la tentación de hacer una pausa aquí para recordarle que estamos hablando de jueces del país y no de un listado de internos del correccional de menores.
En fin, sigamos. Hay un camarista capitalino que, bastante ebrio, chocó contra una casa y por poco no envía al Más allá a una familia completa. Luego vienen aquella jueza de Capiatá que apresó al policía que la quiso multar y el juez coimero del departamento de Paraguarí que se estrenó frente a las cámaras de televisión disimulando un fajo de billetes en la media. Del mismo departamento es una jueza que golpeó con furia la cabeza de su actuaria para demostrarle que "era hueca". Por último, hay un camarista al que se le ocurrió opinar sobre el caso de la cadete violada en la Academil asegurando que "no se podía hablar de violación, pues la chica no se movía". No crea usted que la lista termina aquí. Estos son solo los casos que, en su momento, salieron a la luz pública. Hay una partida aún mayor sobre los que el Tribunal se expide en forma piadosamente confidencial.
Estos son algunos de los jueces que tenemos. Y este el escenario en el que deben actuar los sufridos miembros de ese cuerpo ético. Pobre gente que, como sus fallos no son vinculantes, también tiene que tragarse que una jueza amonestada por plagiar nada menos que el 87% de su tesis doctoral sea repuesta en su cargo por la propia Corte Suprema. Me dirá usted, con razón, que frente a los monumentales casos de corrupción que se ven en las esferas más altas de nuestra justicia, estos episodios son nimios. No me negará, sin embargo, que sirven para demostrar lo contagiosa que es la inmoralidad.
Fuente: Diario Ultima Hora
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